Estamos atravesando un año especial. Sin duda toda nuestra atención está puesta en el desafío que supone enfrentar a un virus que surgió repentinamente en China y con rapidez asombrosa se extendió por este mundo globalizado. Definitivamente esta es una oportunidad más para entender la profunda fragilidad intrínseca de nuestra especie.
En el medio de esta sensación de incertidumbre colectiva que nos invade, el 8 de junio se celebra el Día Mundial de los Océanos. En el contexto actual esta fecha corre el riesgo de pasar desaparecida, pero es importante que le prestemos la atención que merece porque visibiliza otro desafío que nos interpela como sociedad global.
Podría parecer que la definición de estas fechas conmemorativas supone tan sólo una cuestión protocolar de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), pero representan la oportunidad para reflexionar y sensibilizar al público general sobre problemas importantes que requieren de la acción de los Gobiernos; y en la mayoría de los casos, reflejan la larga lucha de comunidades y organizaciones especializadas en la temática.
Los océanos cubren más del 70% de la superficie de la Tierra y contienen el 97% del agua superficial; fue allí donde hace millones de años surgieron los primeros organismos unicelulares que evolucionarían hasta alcanzar las complejas formas de vida de la actualidad. Su rol en el funcionamiento de nuestro planeta es tan importante que cualquier cambio significativo en sus condiciones puede conllevar consecuencias devastadoras.
Son múltiples los beneficios y servicios ecosistémicos que los océanos y mares nos brindan, a saber:
- Son la principal fuente oxígeno que existe en nuestro planeta, producto de la actividad fotosintética de los organismos autótrofos que en él habitan.
- Absorben gran parte del calor y el dióxido de carbono (CO2) que se acumula en la atmósfera funcionando como reguladores térmicos que amortiguan las consecuencias del cambio climático.
- Representan una fuente de alimentación para millones de personas y el sustento económico de comunidades costeras que practican la pesca, la acuicultura y el turismo.
- Tienen un enorme potencial para la generación de energía renovable, producto de los fuertes movimientos superficiales y submarinos.
Lamentablemente la estabilidad de los ecosistemas marinos se encuentra en riesgo por el continuo avance de las actividades humanas. A la sobrepesca, que está poniendo en estrés a muchas especies de peces y mariscos, se suma el continuo proceso de acidificación por incremento del CO2 atmosférico y la contaminación con plásticos y efluentes industriales que se vuelcan sin tratamiento.
El daño es tan marcado que no existe región ni playa sin presencia de residuos plásticos, incluso, se han encontrado bolsas y envoltorios de caramelos a 10.935 metros de profundidad, en la Fosa de las Marianas.
Por otro lado, el plástico flotante, presa de la acción de las corrientes marinas con movimientos circulares, se ha ido acumulando a través de los años hasta formar cinco enormes depósitos en los océanos Pacífico, Atlántico e Índico. La más grande de estas ‘Islas de Plástico’ se ubica en el Pacífico Norte y tiene una superficie mayor a la de Francia.
Estos residuos producen todo tipo de daños a la fauna marina con la que entran en contacto. Mientras las piezas de mayor tamaño pueden convertirse en trampas que dificultan la movilidad y la respiración, las más pequeñas tienen la capacidad de introducirse en la cadena alimentaria, provocar obstrucciones en el tracto digestivo y la pérdida del apetito que puede llevar a la muerte.
El Mar Argentino es uno de los hábitats marinos de mayor biodiversidad en el mundo, y como tal, se encuentra expuesto a todos los impactos que mencionamos más arriba en este artículo. Afortunadamente existen programas de conservación marina como “Sin Azul No Hay Verde” o “ProyectoSub” que buscan conservar la diversidad biológica, ecológica y cultural a lo largo de la costa de nuestro país.
Entre todos tenemos que garantizar la calidad de los océanos porque su deterioro y sus consecuencias no reconocen fronteras. Para esto es necesario que coordinemos acciones y esfuerzos locales que agregados tengan un impacto global. Cada uno tiene que hacerse responsable de los productos que decide consumir y la manera en la que elige disponer sus residuos.